La tristeza (atzvut) es un rasgo despreciable. Uno debe mantenerse alejado de ella lo más posible y es [muy] necesario darse ánimo y elevar [el espíritu]. Es necesario que la persona comprenda que el mínimo movimiento que haga hacia el servicio del Creador, Bendito sea, es algo muy precioso a los ojos del Santo, Bendito sea. Esto es verdad incluso si la persona sólo se mueve el ancho de un cabello.
Esto se debe a que la persona existe en un cuerpo físico en el más bajo de los mundos. De manera que cada movimiento le resulta extremadamente difícil y [ello] es muy precioso a los ojos del Santo, Bendito sea.
Había una vez un tzadik sobre el cual se abatió una [gran] tristeza y melancolía. Este [estado de] tristeza y melancolía era algo muy duro para el tzadik pues fue aumentando cada vez más. [El tzadik] se hundió en la apatía y en la lobreguez hasta que llegó al punto en que le era literalmente imposible realizar [el menor] movimiento.
Quería alegrarse y animarse, pero le era imposible. Cada vez que encontraba algo que lo podía alegrar, el Malo (baal davar) [le hacía ver] allí la tristeza. De modo que le era imposible hacer cosa alguna que lo alegrase, pues todo lo que encontraba no era más que tristeza.
Finalmente, el tzadik comenzó a meditar sobre el hecho [de que el Santo, Bendito sea] no lo había hecho pagano (shelo asani goi). De hecho ésta puede ser la fuente de una ilimitada alegría. Es imposible llegar a imaginarse los miles de niveles que separan al más bajo de los Israelitas del impuro nivel espiritual de un idólatra.
[El tzadik] consideró la bondad del Santo, Bendito sea, en “no haberlo hecho un pagano” y comprendió que eso podía ser una fuente de gran alegría, sin tristeza alguna.
Cuando la persona trata de encontrar alegría en algo que ella misma ha hecho, es posible que encuentre tristeza en cada una de esas alegrías. No importa lo que haga, [siempre] puede encontrarle fallas, de modo que no le será útil para elevarse y ser feliz. Pero en el hecho de que “El no me hizo pagano,” no hay tristeza alguna. Pues esto proviene del Santo, Bendito sea; Él lo hizo de la manera como lo hizo y tuvo piedad de él al no hacerlo pagano. Dado que eso es obra del Santo, Bendito sea, no hay en ello falla alguna y por lo tanto no hay defecto en ese alegrarse. [Pues] sea como fuese, existe una inimaginable diferencia entre esta [persona] y un idólatra.
El tzadik comenzó a alegrarse con esto. [Fue] alegrándose y elevándose poco a poco, continuando más y más hasta que llegó a un nivel tal de felicidad que se encontró en el mismo nivel de alegría como el que experimentara Moisés cuando subió a las alturas para recibir las Tablas.
Mediante esta elevación y alegría fue capaz de volar muchas millas dentro de los universos superiores. Se vio a sí mismo y [se dio cuenta que] se encontraba muy lejos del lugar en el que había estado en un comienzo. Esto lo preocupó pues sintió que al descender iría a encontrarse muy lejos de su lugar original y cuando la gente descubriese que él había desaparecido, pensarían en ello como en algo maravilloso. El tzadik [no deseaba semejante publicidad] dado que siempre había querido “caminar con modestia [frente al Santo, Bendito sea]” (Mija 6:8).
La alegría llegó a su fin, pues la alegría tiene un límite.
La alegría comienza automáticamente y termina automáticamente. [Pero] cuando la alegría termina lo hace poco a poco. De manera que [el tzadik] fue descendiendo poco a poco, bajando desde el lugar al cual había ascendido durante su período de alegría. Finalmente retornó al lugar del cual había salido. Y mucho se sorprendió, pues se encontraba exactamente en el mismo lugar donde había estado en un comienzo.
Se dio cuenta de que había regresado al mismo lugar donde había estado al principio. Al contemplarse vio que no se había movido en absoluto o que, si lo había hecho, no era más que el ancho de un cabello. Se había movido tan poco que nadie más que el Santo, Bendito sea, era capaz de medirlo. El tzadik estaba muy asombrado por ello. Había volado tan lejos, a través de tantos universos y, al mismo tiempo, no se había movido en absoluto.
Esto le mostró cuán precioso es el más mínimo movimiento a los ojos del Santo, Bendito sea. Cuando la persona se mueve en este mundo así sea el ancho de un cabello, ello puede ser considerado como más que miles de millas e incluso miles de universos.
Esto puede comprenderse cuando entendemos que el mundo físico no es más que el punto central en medio de las esferas. Esto es algo conocido por los sabios en astronomía. Comparado con los universos superiores, todo el universo físico no es más que un punto.
Si se extienden líneas [hacia afuera] desde el punto central, [puede verse que] cuanto más cerca se encuentran del punto, más cercanas están la una de la otra. Y que cuando más lejos se extienden desde el punto central, más lejos se encuentran esas líneas entre sí. De modo que cuando las líneas están muy lejos del punto central se encuentran muy separadas entre sí y cuando están cerca del punto central se encuentran extremadamente cercanas unas de las otras.
Si uno imagina que de la tierra salen líneas hacia las esferas superiores, podrá ver que aunque se mueva el ancho de un cabello, ese movimiento se reflejará como un movimiento de miles de millas en las esferas superiores. Estará en relación directa con lo elevadas que se encuentran las esferas respecto de la tierra. Las esferas deben ser inmensas, dado que hay innumerables estrellas y cada estrella es por lo menos tan grande como nuestro planeta.
Esto es más verdadero aún cuando se consideran los universos superiores, comparados con los cuales, hasta la esfera astronómica más elevada es como la nada. De manera que la distancia entre esas líneas que se extienden hacia el mundo superior es inconmensurable. Un movimiento de menos del ancho de un cabello, tan pequeño que sólo el Santo, Bendito sea, puede llegar a estimarlo, puede reflejar el pasaje a través de miles de universos y miles de millas en los mundos superiores.
Cuánto más verdadero es ello si uno viaja una milla o más para servir al Santo, Bendito sea. “Ningún ojo lo ha visto...” (Isaías 64:3).
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