martes, 10 de enero de 2012

EL SANTO MELANCÓLICO

   La  tristeza  (atzvut) es un rasgo  despreciable.  Uno debe  mantenerse  alejado  de  ella lo más  posible  y  es  [muy] necesario darse ánimo y elevar [el espíritu]. Es necesario que la persona  comprenda  que el mínimo movimiento que  haga  hacia  el servicio del Creador, Bendito sea, es algo muy precioso a los ojos del Santo, Bendito sea. Esto es verdad incluso si la persona sólo se mueve el ancho de un cabello.
    Esto  se debe a que la persona existe en un cuerpo físico  en el  más  bajo  de los mundos. De manera que  cada  movimiento  le resulta  extremadamente  difícil y [ello] es muy precioso  a  los ojos del Santo, Bendito sea.
     Había  una vez un tzadik sobre el cual se abatió  una  [gran] tristeza y melancolía. Este [estado de] tristeza y melancolía era algo  muy duro para el tzadik pues fue aumentando cada  vez  más. [El  tzadik] se hundió en la apatía y en la lobreguez  hasta  que llegó  al  punto en que le era literalmente imposible realizar [el menor] movimiento.
    Quería alegrarse y animarse, pero le era imposible. Cada  vez que  encontraba  algo  que lo podía alegrar,  el  Malo  (baal davar)  [le hacía ver] allí la tristeza. De modo que le  era imposible  hacer  cosa alguna que lo alegrase, pues todo  lo  que encontraba no era más que tristeza.
    Finalmente,  el tzadik comenzó a meditar sobre el  hecho  [de que  el Santo, Bendito sea] no lo había hecho  pagano  (shelo asani goi). De hecho ésta puede ser la fuente de una ilimitada alegría.  Es imposible llegar a imaginarse los miles  de  niveles que  separan  al  más bajo de los  Israelitas  del  impuro  nivel espiritual de un idólatra.
    [El tzadik] consideró la bondad del Santo, Bendito sea, en “no haberlo  hecho  un  pagano” y comprendió que eso  podía  ser  una fuente de gran alegría, sin tristeza alguna.
    Cuando la persona trata de encontrar alegría en algo que ella misma  ha  hecho,  es  posible que  encuentre  tristeza  en  cada una  de  esas alegrías. No importa lo que haga,  [siempre]  puede encontrarle  fallas, de modo que no le será útil para elevarse  y ser feliz. Pero en el hecho de que “El no me hizo pagano,” no hay tristeza  alguna. Pues esto proviene del Santo, Bendito  sea; Él  lo hizo de la manera como lo hizo y tuvo piedad de él  al no  hacerlo  pagano. Dado que eso es obra del  Santo,  Bendito sea, no hay en ello falla alguna y por lo tanto no hay defecto en ese  alegrarse.  [Pues] sea como fuese, existe  una  inimaginable diferencia entre esta  [persona] y un idólatra.
    El  tzadik comenzó a alegrarse con esto. [Fue] alegrándose  y elevándose  poco a poco, continuando más y más hasta que llegó  a un  nivel tal de felicidad que se encontró en el mismo  nivel  de alegría  como  el  que experimentara Moisés cuando  subió  a  las alturas para recibir las Tablas.
    Mediante  esta elevación y alegría fue capaz de volar  muchas millas  dentro de los universos superiores. Se vio a sí  mismo  y [se  dio cuenta que] se encontraba muy lejos del lugar en el  que había estado en un comienzo. Esto lo preocupó pues sintió que  al descender  iría  a encontrarse muy lejos de su lugar  original  y cuando la gente descubriese que él había desaparecido,  pensarían en ello como en algo maravilloso. El tzadik [no deseaba semejante publicidad] dado que siempre había querido “caminar con  modestia [frente al Santo, Bendito sea]” (Mija 6:8).
    La  alegría llegó a su fin, pues la alegría tiene un  límite.
La  alegría comienza automáticamente y  termina  automáticamente. [Pero] cuando la alegría termina lo hace poco a poco. De manera que [el tzadik] fue descendiendo poco a poco, bajando desde el  lugar al  cual había ascendido durante su período de  alegría.  Finalmente retornó al lugar del cual había salido. Y mucho se sorprendió, pues  se  encontraba exactamente en el mismo  lugar  donde  había estado en un comienzo.
    Se dio cuenta de que había regresado al mismo lugar donde  había estado  al  principio. Al contemplarse vio que  no  se  había movido  en absoluto o que, si lo había hecho, no era más  que  el ancho  de un cabello. Se había movido tan poco que nadie más  que el Santo, Bendito sea, era capaz de medirlo. El tzadik estaba muy asombrado  por ello. Había volado tan lejos, a través  de  tantos universos y, al mismo tiempo, no se había movido en absoluto.
    Esto  le mostró cuán precioso es el más mínimo  movimiento  a los  ojos del Santo, Bendito sea. Cuando la persona se  mueve  en este  mundo  así  sea  el ancho de un  cabello,  ello  puede  ser considerado como más que miles de millas e incluso miles de universos.

    Esto puede comprenderse cuando entendemos que el mundo físico no  es más que el punto central en medio de las esferas. Esto  es algo  conocido  por los sabios en astronomía. Comparado  con  los universos  superiores, todo el universo físico no es más  que  un punto.
    Si se extienden líneas [hacia afuera] desde el punto central, [puede  verse que] cuanto más cerca se encuentran del punto,  más cercanas  están  la  una de la otra. Y que cuando  más  lejos  se extienden desde el punto central, más lejos se encuentran esas  líneas entre sí. De modo que cuando las líneas están muy lejos del punto central se encuentran muy separadas entre sí y cuando están cerca del  punto central se encuentran extremadamente cercanas unas  de las otras.
    Si  uno  imagina que de la tierra  salen  líneas  hacia  las esferas superiores, podrá ver que aunque se mueva el ancho  de un  cabello, ese movimiento se reflejará como un  movimiento de miles de millas en las esferas superiores. Estará en relación directa con lo elevadas que se encuentran las esferas respecto de la tierra. Las esferas deben ser inmensas, dado que hay innumerables estrellas y cada estrella es por lo menos tan grande como nuestro planeta.
    Esto es más verdadero aún cuando se consideran los  universos superiores,   comparados   con  los  cuales,  hasta la esfera astronómica  más  elevada  es  como la nada.  De  manera  que  la distancia  entre  esas  líneas que se  extienden  hacia  el  mundo superior es inconmensurable. Un movimiento de menos del ancho  de un cabello, tan pequeño que sólo el Santo, Bendito  sea, puede llegar a estimarlo, puede reflejar el pasaje a través de miles de universos y miles de millas en los mundos superiores.
    Cuánto  más  verdadero es ello si uno viaja una milla  o  más para  servir al Santo, Bendito sea. “Ningún ojo lo  ha  visto...”
                                                                                                                                       (Isaías 64:3).

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