martes, 27 de septiembre de 2011

LA PUERTA DEL CIELO

BS"D


Las seiscientas mil letras del Sefer Torá se corresponden con las seiscientas mil almas presentes en el Monte Sinaí, cuando fue promulgada la Torá. Cada  letra  viste  un alma, un  espíritu;  cada  alma  judía representa  un principio único. Cada uno de nosotros es  portador de  un mensaje  divino; y ha venido a la tierra para  expresarlo. Este  mensaje,  el  carácter  de  cada  uno,  es   extremadamente precioso: su revelación es indispensable para toda la  humanidad, comenzando por su propio portador. Directamente  salido del Trono Glorioso, el genio de  nuestra alma anhela sin cesar la belleza, lo sublime y la perfección.  Su solo deseo es unirse a su esencia, que es el Absoluto. Pero  la vida en este mundo es un exilio para el  alma,  cuya relación   con   la  materia  y  sus   inconstancias,   es   sólo circunstancial  en uno u otro  cuerpo. Cuerpo hecho   de  tierra, animado  de instintos y de exigencias funcionales,  cuyo  destino general y final es el retorno a la tierra. De allí surge el  gran conflicto  o  batalla  entre estas dos  tendencias  opuestas  que arrastran al hombre, cada una hacia su polo.
         La  conciencia que reside en el corazón del ser  humano  debe ser el árbitro en este conflicto y regular armoniosamente el  papel de cada parte, con el fin de producir una asociación  fructífera. Para  ello  haría  falta  que  esta  conciencia  fuese  guiada  e iluminada  por  el famoso punto, la Nekudá divina, cuyo  papel  es, precisamente,  inspirar al hombre hacia lo  alto,  permitiéndole, mediante este movimiento, elevar su cuerpo, su materia. Pero  las pasiones quiebran el corazón y confunden la conciencia. Ellas son cómplices  de la  torpeza, falseando  todo juicio y  alejando  al hombre de su finalidad ideal. Para que el corazón se reconstruya, hace falta hacer estallar la  cáscara  de vicios, romper el caparazón que  asfixia  nuestro ámbito interior.

Al  hablarLe  a Dios, es nuestra Nekudá la que se  expresa,  se libera,  se  refuerza,  gracias al contacto  con  su  Origen.  Es entonces  que ella comienza a brillar, iluminando nuestra vida  y desintegrando, literalmente, las pasiones y vergüenzas. Ella  nos muestra  nuestra  Letra,  ese  mensaje  que  debemos  conocer   y vivir  para  ganar nuestro lugar entre  las  seiscientas  mil letras del Sefer...

¡Qué  maravillosa  lección  de  esperanza  nos  han  dado  los Tzadikim  al revelarnos este principio!  Encontrarse  finalmente, encontrar  su  propio  lugar, su letra en  el  contexto  ideal  - gracias  a un medio tan simple y agradable como es hablar  a  Dios, tal como uno le habla a su padre o a un amigo.

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