Las seiscientas mil letras del Sefer Torá se corresponden con las seiscientas mil almas presentes en el Monte Sinaí, cuando fue promulgada la Torá. Cada letra viste un alma, un espíritu; cada alma judía representa un principio único. Cada uno de nosotros es portador de un mensaje divino; y ha venido a la tierra para expresarlo. Este mensaje, el carácter de cada uno, es extremadamente precioso: su revelación es indispensable para toda la humanidad, comenzando por su propio portador. Directamente salido del Trono Glorioso, el genio de nuestra alma anhela sin cesar la belleza, lo sublime y la perfección. Su solo deseo es unirse a su esencia, que es el Absoluto. Pero la vida en este mundo es un exilio para el alma, cuya relación con la materia y sus inconstancias, es sólo circunstancial en uno u otro cuerpo. Cuerpo hecho de tierra, animado de instintos y de exigencias funcionales, cuyo destino general y final es el retorno a la tierra. De allí surge el gran conflicto o batalla entre estas dos tendencias opuestas que arrastran al hombre, cada una hacia su polo.
La conciencia que reside en el corazón del ser humano debe ser el árbitro en este conflicto y regular armoniosamente el papel de cada parte, con el fin de producir una asociación fructífera. Para ello haría falta que esta conciencia fuese guiada e iluminada por el famoso punto, la Nekudá divina, cuyo papel es, precisamente, inspirar al hombre hacia lo alto, permitiéndole, mediante este movimiento, elevar su cuerpo, su materia. Pero las pasiones quiebran el corazón y confunden la conciencia. Ellas son cómplices de la torpeza, falseando todo juicio y alejando al hombre de su finalidad ideal. Para que el corazón se reconstruya, hace falta hacer estallar la cáscara de vicios, romper el caparazón que asfixia nuestro ámbito interior.
Al hablarLe a Dios, es nuestra Nekudá la que se expresa, se libera, se refuerza, gracias al contacto con su Origen. Es entonces que ella comienza a brillar, iluminando nuestra vida y desintegrando, literalmente, las pasiones y vergüenzas. Ella nos muestra nuestra Letra, ese mensaje que debemos conocer y vivir para ganar nuestro lugar entre las seiscientas mil letras del Sefer...
¡Qué maravillosa lección de esperanza nos han dado los Tzadikim al revelarnos este principio! Encontrarse finalmente, encontrar su propio lugar, su letra en el contexto ideal - gracias a un medio tan simple y agradable como es hablar a Dios, tal como uno le habla a su padre o a un amigo.
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